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Influencers, magnates, fake news y apuestas: cuando el mundo digital pisa tan fuerte como el mundo real
En un mundo donde los likes y retweets compiten con las urnas, las redes sociales han demostrado tener un poder sorprendente, aunque a veces inquietante, sobre la política. Recientemente, tres historias han puesto sobre la mesa una pregunta esencial: ¿hasta dónde llega la influencia de las plataformas y sus figuras más visibles?
Por un lado, tenemos el caso de Estados Unidos, donde una encuesta reveló que sólo un 11% de los norteamericanos reconsideraría una postura política gracias a un famoso. Una cifra que podría sonar baja, pero que no deja de ser un recordatorio de que las caras visibles no siempre son la brújula de la ciudadanía. Sin embargo, en el mismo país, Elon Musk parece haber jugado con las reglas del juego, llevando el tema a otro nivel.
Mientras algunos influencers luchan por conquistar el corazón de los usuarios con bailes en TikTok, Musk parece decidido a inclinar la balanza política. En un frenético despliegue de publicaciones, el empresario amplificó teorías conspirativas, denuncias de fraude electoral y hasta rumores desmentidos, como la supuesta existencia de una bomba en un mitin de Trump. Según un análisis, un tercio de sus publicaciones recientes en X eran falsas, engañosas o incompletas.
¿El resultado? Más de 800 millones de visualizaciones de estos mensajes en apenas cinco días. Y aunque muchos usuarios cuestionaron la veracidad de sus publicaciones, Musk no corrigió ni borró nada. Al contrario, con su influencia como cuenta más seguida de la plataforma, terminó convirtiéndose en un megáfono para ciertas narrativas conservadoras, incluyendo algunas alineadas con Trump.
Este comportamiento contradice sus propias palabras de 2022, cuando dijo que su red social debía ser políticamente neutral. Sin embargo, sus publicaciones recientes demuestran un sesgo claro: críticas a las políticas demócratas, desde las regulaciones sobre ultrafalsos hasta las leyes migratorias, y una defensa casi apasionada de las posturas republicanas.
Ahora bien, en contraposición al impacto de Musk, la encuesta sobre los influencers famosos en Estados Unidos muestra que no todos los nombres rimbombantes tienen la misma capacidad de persuasión. A diferencia de Musk, figuras como actores o cantantes parecen tener un efecto limitado en la opinión pública, al menos en temas políticos.
Esta aparente contradicción —entre el peso de Musk y la poca efectividad de otras celebridades— tiene una explicación: la confianza. Mientras que los influencers de moda o entretenimiento son vistos como figuras lejanas al debate político, Musk ha cultivado un perfil que combina tecnología, negocios y política, lo que le otorga una autoridad percibida entre sus seguidores.
Por otro lado, su estrategia es simple pero efectiva: apelar al sensacionalismo y a narrativas que, aunque a menudo falsas, generan un impacto emocional inmediato. No es casualidad que muchos de sus mensajes estén diseñados para viralizarse, independientemente de su veracidad.
El fenómeno de Musk encuentra un curioso espejo en Argentina, donde las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires han denunciado a varios influencers por promocionar apuestas ilegales. Aunque el contexto es completamente diferente, hay un punto en común: el uso irresponsable de una plataforma masiva. Tanto en el caso de Musk como en el de los influencers argentinos, la línea entre influencia y manipulación se vuelve borrosa, y el impacto puede ser dañino, ya sea en términos sociales o políticos.
Lo que queda claro de estas historias es que el poder de las redes sociales no está en duda, pero su influencia puede ser un arma de doble filo. Mientras que algunos famosos apenas logran un cambio marginal en la opinión pública, figuras como Musk pueden alterar el curso de un debate nacional, aunque sea momentáneamente.
La lección, tanto para influencers como para usuarios, es sencilla pero contundente: con un gran poder viene una gran responsabilidad (al decir del emblemático Tío Ben de Peter Parker). Los likes y retweets pueden ser efímeros, pero las consecuencias de desinformar o manipular son mucho más duraderas.